Una odisea entre el sueño y la pesadilla

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Melanie Alaniz Martínez

Más de 7,7 millones de venezolanos han salido de su país desde 2014 debido a la crisis política, económica y social que impera en su territorio, según cifras de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. Les contaré la historia de dos de ellos.

En su travesía, María y Miguel enfrentan diversos obstáculos que ponen a prueba su resistencia física y emocional. Luchan contra la fatiga, el hambre y la selva, mientras intentan mantener viva la esperanza de un futuro mejor.

Cada día que pasa, los rostros de niños, adultos y ancianos migrantes que caminan rumbo al norte del continente americano reflejan la necesidad de un techo seguro y una comida caliente. Después, pensarán en un empleo justo y en trabajo honesto.

Durante la noche, cientos de migrantes venezolanos se aventuran a cruzar la frontera con Colombia por senderos clandestinos, arriesgando sus vidas en busca de una oportunidad en Estados Unidos. Entre ellos están María, una madre soltera que quiere darles un mejor mañana a sus hijos, y Miguel, un joven estudiante universitario que sueña con ser médico. La travesía de ambos por el Tapón del Darién fue una experiencia llena de obstáculos y, especialmente, de esperanzas.

María dejó todo atrás con el objetivo de brindar una vida digna a sus hijos, aunque eso signifique abandonar su país en busca de mejores oportunidades. Mientras atraviesa la selva, lleva consigo solo una pequeña mochila con sus pertenencias más preciadas, entre ellas una fotografía desgastada de sus seres queridos. Sus ojos se entristecen al recordar los momentos felices que ahora son solo un lejano recuerdo. Su valentía y amor incondicional hacia sus hijos son el motor que la impulsa a seguir adelante, superando sus miedos.

Luego está Miguel, un joven soñador que anhela estudiar y convertirse en médico. Desafortunadamente, su talento y pasión son reprimidos por un sistema educativo deficiente y un gobierno corrupto que impera en su país de origen. Decidido a no rendirse, emprende un peligroso viaje en busca de una educación que le permita ayudar a otros, sin importar los peligros que lo acechan en su camino hacia su sueño formativo.

María siente el peso de la mochila sobre sus hombros y el sudor que le empapa la frente. Sus pies están llenos de ampollas y sus piernas le duelen. A su lado, Miguel también camina con dificultad, apoyándose en un palo. Ambos tienen el estómago vacío y las gargantas secas por la falta de unas gotas de agua. Los dos saben que deben seguir, aunque no sepan qué les espera al final.

No todo es solidaridad en esta odisea. Hay riesgos en cada esquina. El miedo a ser detenidos por las autoridades migratorias colombianas o caer en manos de traficantes de personas es constante. La noche se vuelve más oscura cuando suenan las sirenas y se escuchan pasos apresurados en los alrededores. El corazón les late con fuerza y la adrenalina corre por sus venas mientras tratan de evadir cualquier amenaza. El destino incierto está lleno de inclemencias, algo que María y Miguel conocen bien. La fatiga los debilita, pero se apoyan mutuamente, buscando fortaleza en el compañerismo de los amigos de ruta.

Después de semanas de viaje, María y Miguel alcanzan su destino. Un lugar que no saben si realmente será mejor que el que dejaron atrás, pero que al menos les brinda la esperanza de un nuevo comienzo. Se enfrentan a nuevos retos: la adaptación a una cultura desconocida, el aprendizaje de un nuevo idioma y la búsqueda de un empleo para subsistir.

Detrás de cada migrante hay una historia de sacrificio y determinación. No son números o estadísticas, son personas con sueños, que merecen ser tratadas con comprensión y compasión. Son seres valientes que buscan una vida digna para sí mismos y para sus seres queridos. Cada paso que han dado está envuelto en incertidumbre y desafíos, pero su determinación inquebrantable los impulsa a seguir adelante. A pesar de todas las adversidades, siguen creyendo en un futuro mejor y luchan por alcanzarlo.

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