Desesperación y peligro en la selva del Darién

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Ana García

En una sociedad global marcada por la incertidumbre y en medio de la incansable búsqueda de prosperidad, los migrantes dejan atrás todo para buscar una vida diferente. Sin embargo, sus sueños no están hechos de comodidad ni de facilidad. Su viaje está lleno de dificultades y desesperación desde el preciso momento en que dan el primer paso lejos de su hogar.

Se cuentan historias trágicas sobre las duras pruebas que enfrentan al entrar en lugares inseguros, como las desgarradoras experiencias en el corazón de la selva del Darién. Allí, la naturaleza salvaje se entrelaza con la crueldad humana, creando un escenario profundamente lamentable. Entre los densos árboles, no solo acechan los peligros naturales, como animales feroces y ríos caudalosos, sino también personas malintencionadas que buscan aprovecharse de quienes están indefensos.

En la oscuridad de la jungla, los desafíos de sobrevivir en un entorno hostil se combinan con los robos, asesinatos, secuestros y chantajes que el migrante debe enfrentar a diario. La oscuridad no solo está afuera, en la profunda noche, sino también en el alma de quienes se aprovechan de la desesperación ajena.

El Gobierno de Panamá está tratando de ayudar a los viajeros que atraviesan el Tapón del Darién que, de acuerdo a las cifras de las autoridades panameñas, alcanzó las 250 000 personas en 2022. Han construido oficinas en comunidades como Canaán, Membrillo y Bajo Chiquito, donde brindan atención médica, cobijo y alimentos a quienes se encuentran en medio de esta situación dantesca.

En estas oficinas, un fiscal y su ayudante trabajan arduamente, con escasos recursos. Lo hacen junto al equipo del Servicio Nacional de Fronteras (SENAFRONT), organizando la recepción de quienes llegan y desplazándose a comunidades apartadas para socorrer a los necesitados. Estos trabajadores realizan operaciones de rescate, sacan a las víctimas del peligro, incluso arriesgando su propia vida.

Así como hay muchas manos amigas, también hay mucho temor por los desalmados. Gran parte de las personas que recorren las 575 000 hectáreas del Tapón del Darién sufren en silencio, temerosas de denunciar a quienes las han lastimado por miedo a las represalias. Después de todo, los malhechores armados también se encuentran entre los grupos de migrantes, quienes, desesperados e impotentes, buscan superar la pérdida y el abandono de lo que dejaron atrás.

Caminar por la selva del Darién es avanzar hacia lo desconocido. Los migrantes llevan su corazón como una hoja de papel arrugada. Es un periplo lleno de dificultades. La espesura revela sus secretos poco a poco, mostrando las acciones ruines que los seres humanos pueden cometer. En estas circunstancias, a veces es difícil discernir qué es verdad y qué es rumor.

Quienes migran son diferentes entre sí: hombres, mujeres, niños, ancianos e incluso mujeres embarazadas, de diversas nacionalidades, pero todos comparten el peso de sus sueños rotos y la escasa certeza de encontrar una tierra que les ofrezca algo mejor. Pero la selva no es amable con nadie. La muerte acecha a los migrantes, quienes están expuestos a contraer enfermedades, ahogarse en ríos caudalosos o enfrentarse a los ataques de animales salvajes o venenosos. Sin olvidar a los inescrupulosos que encuentran durante su trayecto. Esa es una verdad dolorosa y común.

El migrante avanza, más allá de lágrimas, incertidumbre y sufrimiento, sin saber si encontrarán un nuevo hogar en otro lugar o si se perderán en la oscuridad. Aun así, continúan.

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